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Lecciones desde el dolor de Beirut

Hace unas semanas ocurrió un evento realmente horrible y devastador en Beirut, El Líbano. El dolor de las familias que perdieron a seres queridos, de los heridos o de quienes quedaron con sus hogares o negocios destruidos ha sido ampliamente documentado y divulgado por todo el mundo. En este punto, el de la catástrofe humana, no parece haber nada que aportar de momento, más allá de un respetuoso silencio.

 

Uno no puede evitar reflexionar, sin embargo, respecto a las consecuencias materiales que serán arrastradas durante años por un sinnúmero de personas. Personas que, sugerentemente, no están solamente en Beirut. Pensemos por un momento en un empresario sudamericano que importa productos desde China, India o Turquía. Sus productos, fruto de los azares de la logística naviera, podría haberse encontrado en el puerto de Beirut en el momento de la explosión. Aquel empresario, a miles de kilómetros de distancia, podría incluso ver el noticiero sin siquiera imaginar que parte de su mercancía fue destruida. Es decir, se vio afectado por un siniestro que ni siquiera había contemplado como posibilidad remota. ¿Cuánto tiempo habrá pasado hasta que alguien le informara que sus productos no llegarían a su puerta? ¿Debería él realizar un seguimiento continuo de sus contenedores a lo largo de todo el globo, atemorizado de que algún eslabón de la cadena logística mundial se rompa?

 

Han aparecido las primeras aproximaciones del costo monetario de la explosión. Fuentes oficiales del país hablan de US$15 billions en pérdidas. El costo para los aseguradores, no obstante, sería cercano a los US$3 billions. En otras palabras, gran parte de los activos no habrían estado asegurados. Estos posiblemente son inmuebles cercanos al epicentro de la explosión, en una zona popular y de ingresos medios y bajos. La pregunta que uno no puede evitar hacerse a continuación es: ¿Cuál es el costo total, más allá de los edificios destruidos? La falta de puerto por un largo período, la falta de fuentes de trabajo, inestabilidad política, la posible migración forzada, y un largo etcétera de consecuencias que recién comenzamos a entender.

 

Hay fuentes de esperanza, sin embargo. Las muestras de apoyo internacional han sido múltiples y, esperemos, auténticas. Lograr, con aportes materiales rápidos y bien dirigidos, contener el daño no será simple diplomacia o caridad: será en el mejor interés de los países (especialmente de la vecindad del Medio Oriente) el que los focos de comercio que se generaban en las rutas que pasaban por Beirut no migren irrevocablemente a otros puertos, que la inestabilidad política no degenere en un estado débil o una guerra civil, que flujos migratorios levanten nuevos desafíos a relaciones internacionales ya lo suficientemente exigidas. La colaboración parece ser una necesidad inescapable.